006#: Una pausa que no es publicitaria
Sobre el aburrimiento, la creatividad y escaparse a un morro lleno de bichos.
Todo se comparte, todo se muestra, todo se consume.
Cada minuto tiene que valer algo. Cada recuerdo parece importante solo si es visible para otros.
Habitamos el multitasking, las notificaciones, las rutinas pensadas para llenar cada segundo. Y, al menor atisbo de pausa, el dedo ya está haciendo scroll.
Nos quejamos de estar agotados. De dormir mal. De sentirnos desconectados. De no tener nuevas ideas. Pero cuando hablamos de descansar, muchas veces solo estamos hablando de scrollear un rato.
Todos culpamos a la tecnología, pero nadie quiere soltarla. Mucho menos, aburrirse.
Por suerte, cada vez se habla más del uso consciente de lo digital. Y tengo fe: en algún momento va a dejar de ser “cool” estar siempre disponible, presente, productivo. O al menos, vamos a poder elegir cuándo sí y cuándo no.
¿Qué hay detrás de evadir el aburrimiento con pantallas?
Hay algo incómodo en el aburrimiento. Un espacio que parece vacío, pero en realidad está lleno de cosas que evitamos: emociones, sensaciones corporales, pensamientos que no terminamos de escuchar.
Cuando nos aburrimos, se caen los disfraces. No hay mucho más que lo que es.
Me acostumbré tanto a escapar en las pantallas que, a veces, me olvido qué es estar completamente desconectada. Sin estímulos. Sin urgencia.
Como trabajo con la computadora y el celular, me esfuerzo por encontrar actividades fuera de las pantallas. Todo lo que puedo hacer con mis manos me regula: pintar, escribir en papel, cocinar, jugar con los ingredientes.
El aburrimiento como terreno fértil
Nos enseñaron que el aburrimiento es negativo. Pero, ¿y si fuera todo lo contrario?
Aburrirse es estar con una misma. Y en un mundo que corre todo el tiempo, eso es casi un acto de rebeldía.
Cuando el cuerpo deja de estar en modo automático, empezamos a sentir.
El aburrimiento nos ofrece una hoja en blanco:
— Para observar lo que pensamos cuando no hay ruido.
— Para notar lo que el cuerpo necesita cuando no hay distracción.
— Para dejar que aparezcan ideas nuevas, sin buscarlas.
Las mejores ideas no suelen llegar en momentos de esfuerzo, sino en los silencios: en la ducha, caminando sin rumbo, mirando por la ventana, acostadas sin hacer nada.
La creatividad necesita espacio. Y el aburrimiento es precisamente eso: un espacio donde algo puede brotar.
Cuando vivir en el morro me enseñó a crear distinto
Fui bicho de ciudad casi toda mi vida. Vivía apurada, ansiosa, sobreestimulada. Al ritmo frenético que dicta la ciudad: ruidos de autos, gente puteando por el tráfico, bocinazos, caras largas en la calle a las 9 am, gente corriendo porque se le va el subte y llega tarde al laburo.
(Yo era esa gente también.)
Mi relación con la creatividad en ese entonces era bastante escasa. Cuando renuncié a la oficina y empecé con mi negocio digital, ese ruido mental empezó a bajar.
Pasaba más tiempo en casa y ya no corría todo el día. Pero mi cuerpo no solo no entendía qué pasaba, sino que peleaba con el ritmo tranquilo que mi vida estaba empezando a ganar, buscando volver a lo conocido: lo frenético.
Hasta que un día, me fui de la ciudad.
Escapándome, un poco, la verdad.
Inicié mi vida nómada y me fui a vivir por tres meses a un pueblo rodeado de naturaleza en Brasil. Mis vecinos eran monos, mariposas, lagartos, pájaros de todos los colores… y algunas personas. No había ruido. No había apuro. Nada podía hacerse en contra del ritmo de la naturaleza.
Llovía, se inundaba todo y no podía salir de casa. Lo mismo si hacía 60 grados de térmica. Nada era inmediato ni estaba bajo mi control.
Y empecé a aburrirme. Mucho.
Al principio, ese vacío me incomodó.
Pero después empecé a habitarlo. A dejarme llevar por sus ritmos lentos. A observar. A respirar distinto.
Y ahí, en ese silencio lleno de bichos, ramas y cielo abierto, empezaron a aparecer ideas nuevas.
No porque las buscara.
Sino porque, por fin, había espacio para escucharlas.
Mi creatividad se volvió más honesta. Más orgánica. Ya no salía de la urgencia ni del ruido, sino de algo mucho más profundo: la conexión con el cuerpo, con el entorno, con eso que no tiene nombre.
☁️ ¿Hace cuánto no te aburrís sin culpa?
¿Qué pasaría si dejaras el teléfono una hora por día?
¿Si caminaras sin música ni objetivos?
¿Si dejaras que tu cabeza se aburra un poco… para ver qué aparece?
Jimena.
“Cuando nos aburrimos, se caen los disfraces. No hay mucho más que lo que es.” 😍😍😍